Relato de los indios winnebagos de Wisconsin
«No sabemos en qué condición se hallaba nuestro padre cuando empezó a
tomar conciencia. Movió su brazo derecho y luego su brazo izquierdo, su
pierna derecha y luego su pierna izquierda. Empezó a pensar lo que
tenía que hacer y por fin empezó a llorar, las lágrimas fluían de sus
ojos y caían ante él. Al poco tiempo miró ante sí y vio algo que
brillaba. Aquello brillante eran sus lágrimas, que fluían y formaban
las aguas que vemos… El hacedor de la tierra empezó a pensar de nuevo. Y
pensó: ‘Es así, cuando deseo una cosa, se hará como yo deseo, del mismo
modo que mis lágrimas se han convertido en mares’. Así pensó. Y deseó
la luz, y se hizo la luz. Y pensó luego: ‘Es como me suponía, las cosas
que he deseado han empezado a existir tal como yo quería. Pensó
entonces y deseó que existiera la tierra, y la tierra empezó a existir.
El hacedor de la tierra la contempló y le gustó, pero la tierra no se
estaba quieta… (Unavez que la tierra se aquietó) pensó en muchas cosas
como empezaron a existir según él deseaba. Entonces empezó a hablar por
primera vez. Dijo: ‘Puesto que las cosas son tal como yo quiero que
sean, haré un ser semejante a mí’. Y tomó un poco de tierra y le dio
su semejanza. Habló entonces a lo que acababa de crear, pero aquello no
le respondió. Lo miró y vio que no tenía entendimiento o pensamiento. Y
le hizo un entendimiento. De nuevo le habló, pero aquello no respondió.
Lo volvió a mirar y vio que no tenía lengua. Le hizo entonces una
lengua. Le habló otra vez y aquello no respondió. Lo volvió a mirar y
vio que no tenía alma. Le hizo, pues, un alma. Le habló otra vez y
aquello pareció querer decir algo. Pero no lograba hacerse entender. El
hacedor de la tierra alentó en su boca, le habló, y aquello le
respondió».
Los
Hombres Serpiente
Veinte
guerreros volvían a su casa, luego de guerrear. Iban agotados y
hambrientos. Esto determinó que se dispersaran en busca de alimento.
Uno de los guerreros, apoyando su oído en tierra dijo que escuchaba
una manada de búfalos acercándose. Se prepararon entonces a
cazarlos, mientras la manada se acercaba rápidamente. El jefe estaba
a la cabeza del grupo emboscado, esperando que aparecieran los
primeros animales; pero su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió
que el ruido no era producto del avance de muchos búfalos, sino que
en realidad lo hacía una enorme serpiente, cuyo crótalo tenía el
tamaño de la cabeza de un hombre.
El
terror lo paralizó, pero finalmente logró apuntar su flecha matando
al monstruo. Sus compañeros estaban tan sorprendidos y aterrorizados
como él, pero como el hambre era muy fuerte finalmente decidieron
cocinarla y comerla. Todos participaron del banquete, menos un niño,
que se negó rotundamente a comer la carne de la serpiente, a pesar
de que todos aseguraban que era tan sabrosa como la del búfalo.
Después
de la abundante cena los indios se acostaron alrededor de una fogata
y se durmieron. En mitad de la noche el jefe despertó, descubriendo
horrorizado que todos sus hombres se habían convertido en
serpientes, y que él mismo ya era mitad ofidio mitad hombre. Reunió
a sus hombres y todos se acercaron rodeando al niño que no había
comido de la serpiente muerta. El pequeño se echó a llorar pensando
que las serpientes lo iban a atacar, pero ellas lo tranquilizaron y
le dieron todos sus amuletos y pertenencias. A pedido de los
transformados juntó todos los obsequios en una bolsa que depositó
en la cima de una colina cercana, debajo de unos árboles. Luego, las
serpientes le pidieron que volviera al poblado para alertar a los
demás de la suerte corrida por los guerreros, y el niño así lo
hizo.
Antes
de retirarse las serpientes dieron al niño un mensaje para sus
parientes: que serían visitados en el verano todos los parientes de
los guerreros-serpiente, y que esperaban que todos se presentaran.
Pasaron los meses y llegó el verano. La tribu entera se preparó
para la visita de los parientes transformados. El encuentro tuvo
lugar en las afueras del pueblo. Allí todos se sentaron, y las
serpientes disfrutaron de la compañía de sus seres queridos,
quienes les habían traído sus caballos y todas sus pertenencias.
Cuando llegó el invierno las serpientes desaparecieron llevando
consigo sus caballos y sus posesiones, y nunca más las vieron.
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